Parece ser que estamos inmersos la Cuarta revolución industrial. Cada día se publican cientos de noticias sobre los la Industria 4.0. Se aproxima la nueva era en la que los protagonistas son casi  exclusivamente los avances tecnológicos. Se investiga sobre sistemas ciberfísicos, nanotecnología, tecnología digital de comunicación,…

Estamos muy preocupados por seguir adelante, y para que esto sea posible, necesitamos profesionales que estén a la altura, «el talento 4.0». Esta revolución industrial y tecnológica precisa a su vez de una verdadera revolución en la formación. No sólo en la urgente adaptación a las nuevas áreas y materias, para dar respuesta a las nuevas necesidades, sino y sobre todo, como dice José Antonio Marina, en este nuevo contexto, el principio de aprendizaje varía necesitamos que la formación sea continua, para toda la vida, es la era del always learning.

Sin duda, la industria 4.0 es un punto de inflexión en la propia historia de la humanidad. Entre otras cosas porque nos obliga a tomar decisiones de una forma cada vez más ágil y rápida. No hay tiempo de detenerse a reflexionar sobre la dirección en la que avanzamos. Sin embargo, hay muchas preguntas que necesitan respuesta, sobre todo preguntas éticas.

Los artículos, las publicaciones y conferencias, nos cuentan las bondades de los grandes avances tecnológicos,  predicen un futuro lleno de incertidumbre en el que no podemos conocer ni siquiera los empleos en los que trabajarán las nuevas generaciones, porque aún no existen, ni están pensados. Parece que sí sabemos sin embargo, que muchos de nuestros empleos de hoy en día desaparecerán  debido a la creciente digitalización y robotización. El caso es que seguimos caminando, sin saber muy bien hacia dónde nos dirigimos, y sin resolver muchas de estas cuestiones. La primera tiene que ser la pregunta sobre la propia validez y legitimidad de la revolución tecnológica. 

Damos por hecho que la tecnología es buena en sí misma, pero no es así,  en sí misma no es virtuosa, sólo lo es si se aplica para la mejora de las condiciones de vida humana. Y esto es precisamente lo que fácilmente perdemos de vista: El verdadero valor de la vida humana y las condiciones que exige. Puede que nuestro progreso esté vulnerando y poniendo en peligro a la propia humanidad.

¿Hay que seguir adelante, o podemos dejar de hacer? Habría que reflexionar sobre los miles de trabajos que ponemos en peligro con el proceso de digitalización. Nada hay tan inherente al hombre y a su realización como el trabajo. También podemos cuestionarnos acerca de los valores que se están promoviendo. Puede que las élites que dominan la tecnología estén proyectando sus propios valores(intereses) subjetivos porque creen que todo lo que hacen está justificado en pos del progreso. Pero, hay que definir el progreso.¿En qué dirección va el progreso? ¿ Es lo mismo progreso humano que progreso tecnológico?

Una de las cuestiones más inquietantes es el aumento de la desigualdad que produce la tecnología. La gran brecha entre los países que pueden avanzar y pueden desarrollar la I+D y la tecnología y los que no. Al igual que los profesionales y las personas que no pueden permitirse la formación en nuevas tecnologías, sin duda, queda mucho para la democratización tecnológica en cuanto a conocimientos y comunicación. Por lo tanto, podemos hablar de élites tecnológicas que adquieren cada día más poder.

Existe un vacío legal y una gran cantidad de lagunas éticas en cuánto a este nuevo contexto y situación. Podemos decir que no hay límites. ¿Puede ponerse freno a este progreso? El Foro Económico Mundial plantea una serie de cuestiones éticas y sociales. ¿Es legítimo investigar para desarrollar armas letales, o robots militares? ¿Es legítimo usar la tecnología para tratar de alterar las condiciones climatológicas del planeta? Nos enfrentamos a acciones que pueden provocar daños colaterales de consecuencias desconocidas.

Seguimos asumiendo un principio de pensamiento a corto plazo. Todo vale en favor del aumento de la productividad y de la producción. Vendemos como buenos los avances tecnológicos y la industria 4.0 porque nos abre oportunidades de negocio y modelos productivos más eficientes. Pero seguimos sin querer pensar en si es sostenible seguir produciendo y consumiendo a este ritmo, y si los recursos del planeta pueden soportar nuestros avances. Para que existan países «más desarrollados», otros tienen que convertirse en auténticos vertederos de basura tecnológica. Para que nosotros podamos disfrutar de nuestra dispositivos tecnológicos, hay países en los que muchas personas personas trabajan en condiciones infrahumanas viviendo inmersos en un tipo de esclavitud que la economía de sus países apoya y encubre para subsistir. Es la realidad de un mundo que quiere progresar sin saber hacia donde se dirige.

La revolución tecnológica requiere de una profunda reflexión ética, sobre lo que es de verdad la vida humana, una vida digna orientada a la felicidad, a la realización personal de cada ser humano y que requiere de unas condiciones.

El talento 4.0, el de los profesionales del futuro, precisa de una formación tecnológica muy avanzada. Hay que realizar un gran esfuerzo por lograr la democratización de la alfabetización tecnológica. Pero hay que procurar también no contar con una masa de sujetos hipertecnológicos pero analfabetos de saberes científicos y humanos. Hay que conocer de dónde venimos para saber a dónde vamos. Hoy más que nunca, precisamos la formación en conocimientos “inútiles” la formación en ética, en Responsabilidad social empresarial, conocer la historia del pensamiento y de la humanidad. De otra forma, no seremos capaces de discernir lo que es progreso de lo que no lo es. No todo vale en favor de los avances tecnológicos.

Es fundamental recuperar nuestro principio de responsabilidad personal e individual, siendo conscientes que cada una de nuestras acciones tiene consecuencias y que no podemos perder de vista la mirada hacia el futuro. Es responsabilidad de todos que las futuras generaciones puedan vivir una vida verdaderamente humana, digna y feliz.

Sin tener en cuenta la locura de un repentino y suicida holocausto atómico, que un saludable temor puede evitar con relativa facilidad, está el lento, y a largo plazo acumulativo, uso pacífico y constructivo del poder tecnológico mundial, un uso en el que todos colaboramos como beneficiarios cautivos mediante el aumento de la producción, el consumo, y el vertiginoso crecimiento de la población– que plantea amenazas mucho más difíciles de enfrentar […] La tecnología moderna ha introducido acciones tan novedosas en su escala, amplitud y consecuencias, que el marco de la ética anterior ya no puede contenerlas.

                                                                                                                                           Hans Jonas (1984)

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