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La división de saberes, ¿ciencias o letras?

Y tú ¿eres de letras o de ciencias? Esta pregunta que nos resulta tan habitual es el mejor indicador de realidad de nuestra estructura educativa.

A nadie se le ocurre preguntar a un profesor de matemáticas una duda de lengua porque probablemente nos responda que él es de ciencias, eso quiere decir que la gramática o la literatura no entran en su área competencial.

Los señores que se inventaron estas disciplinas (las matemáticas, las ciencias, los grandes escritores literarios,…) seguramente se llevarían las manos a la cabeza si supieran del divorcio oficial de las letras y las ciencias. Ellos podían ocuparse a la vez de ambas y en profundidad. Es increíble pero, puede que sea posible.

Por lo visto nos encontramos en el momento histórico de las generaciones más preparadas, y a veces me pregunto, pero, ¿preparadas para qué? ¿Y cómo se preparan?

Rousseau en El Emilio dice: “Quiero enseñarle a vivir”, pero nosotros no hemos caído en la cuenta de que eso forma parte de la educación. No sólo hay que enseñar conocimientos, sino en qué consiste el conocimiento.  Lo que aprendemos y lo que enseñamos está compartimentado, y eso no nos permite tener una visión global del conocimiento, ni una perspectiva histórica del hombre. No hemos entendido que no se trata sólo de modernizar la cultura, si no de culturizar la modernidad.

El saber científico y el saber humanístico se complementan, y sin embargo, en nuestros planes de estudios, ni si quiera se conocen. El saber científico valora los logros del presente, pero carece de reflexividad. La cultura humanista revitaliza las obras del pasado, y se plantea los problemas fundamentales del hombre. Necesitamos poder ofrecer una Summa coherente, no un saber disperso, desunido y compartimentado, que sólo nos permite una visión sesgada de la realidad.

Nuestra separación de saberes no nos permite ver la luz con claridad. Pocas son las cabezas claras con suficiente preparación para discernir. Sin embargo, hoy más que nunca se buscan profesionales con visión global. Las empresas quieren que sus directivos tengan perspectiva, es decir, un conocimiento amplio y en muchas áreas porque sólo así pueden tener pensamiento estratégico, una competencia muy demandada. No es fácil encontrar profesionales «completos» ya que nuestra educación compartimentada es monotemática, y parece tener miedo de que nuestra cabeza no pueda asimilar más de una asignatura.

Esta forma contemporánea de entender el conocimiento tiene consecuencias tangibles en nuestra cultura y se conjuga además con otros elementos característicos de nuestra sociedad como son la falta de voluntad y esfuerzo y el bajísimo nivel de exigencia.

No obstante y paradójicamente la cantidad de profesionales expertos es la mayor que ha existido. LinkedIn es una auténtica plantación de ellos, quién más quién menos es experto en dos o tres áreas fundamentales. La proporción de sabios contemporáneos parece ser directamente proporcional al alto grado de conformismo, bajo nivel de exigencia y una pizca de caradurismo.

Hace poco tuve la ocasión de participar en una reunión que tenía como finalidad el relanzamiento de una sociedad científica. Querían una nueva imagen  de marca y darse a conocer en los medios, sobre todo en el entorno digital y redes sociales. Para crear una buena campaña de comunicación, asistía como asesora experta en estos temas una periodista, que no dejo de recomendar la necesidad de instalar un blok en su güeb que se actualiza solo.En fin, esto es sólo una anécdota inofensiva, pero en otros casos puede no resultar tan inofensiva. Dejarnos asesorar por algunos expertos en nuestros días supone casi un acto de fe,  seamos prudentes.

En la cultura de la inmediatez (sin esfuerzo) pienso ¡Qué daño ha hecho el Yes, we can! Suena muy bonito, pero nos anima aún más si cabe,  a dejarnos llevar por los logros fáciles, a creer que podemos conseguir las cosas rápido y sin la suficiente preparación, y todo porque ¡yo lo valgo! Conviene no confundir la autoestima con una sobrevaloración de nosotros mismos.

Es bueno pensar que podemos con todo, es una buena motivación para nuestra voluntad. Pero no basta con visualizar nuestros objetivos, ni utilizar otras variadas técnicas “psicoemocionales” para conseguir nuestros anhelos. Antes que el ¡sí puedo con todo! está el Conócete a ti mismo, que coronaba el oráculo de Delfos.  A partir de ahí podrás trabajar tus fortalezas y aprender a paliar tus debilidades. Pero no hay duda de que nuestros talentos están directamente relacionados con la voluntad y el trabajo  necesarios para desarrollarlos.

Nuestro nivel de exigencia actual en cualquier ámbito: personal o profesional es considerablemente bajo.

En palabras de Paul Feyerabend, “Podríamos decir que la incompetencia, ya estandarizada, se ha convertido ahora en una parte esencial de la excelencia profesional. Ya no tenemos profesionales incompetentes, tenemos incompetencia profesionalizada”

Entre las muchas crisis entremezcladas a las que nos enfrentamos está la crisis de una forma de vida. La crisis de una humanidad que no consigue ser humana.

Konrad Lorenz se preguntaba qué es lo que afecta más gravemente el alma de los hombres, si su pasión ciega por el dinero o su prisa febril… La prisa que conduce nuestra generación no nos permite detenernos a estudiar, a cultivar los placeres estéticos, ni si quiera a intentar hacer las cosas bien. Todos nuestros propósitos y logros están sometidos a la tiranía del cortoplacismo.

Nos resulta muy fácil alcanzar nuestro Nirvana sapiencial, el nivel es bajo. Nos conformamos fácilmente, entre otras cosas porque no nos interesa el saber en sí mismo, y tampoco somos escrupulosos con nuestra preparación.  Este deseo de querer avanzar tan rápidamente, muchas veces nos hace involucionar.

Y es que la exigencia tiene que ver con el esfuerzo, el trabajo, el estudio, la investigación, la ambición y la superación. Una catedral gótica es el mejor ejemplo de exigencia y capacidad de los seres humanos. Eso es pensar fuera de la caja, y casi fuera de la órbita terrestre.              Milano-duomodimilano01Es el culmen de un proyecto ambicioso, de una investigación exhaustiva, de un trabajo en equipo, y sobre todo de esfuerzo y voluntad.

Los elementos de una catedral gótica, de un acueducto romano, de una Iglesia románica, tienen en común una buena base, pilares sólidos, y cimientos fundamentales que resistan al paso de los años y en este caso, de los siglos.

Esto mismo sucede con las teorías y las obras de los grandes pensadores de la historia, desde los griegos. Creaban de la nada, pensando, pero fundamentando y argumentando. Por eso, su pensamiento ha llegado hasta nuestros días porque sus bases son sólidas. No creo que sea si posible superar a los grandes pensadores de la antigua Grecia, a filósofos como Descartes o Kant, a músicos como Mozart o Bach, a hombres completos como Leonardo Da Vinci,… Lo que todos ellos tienen en común es una formación completa en todas las áreas del conocimiento (sin divisiones), un altísimo nivel de autoexigencia, capacidad de trabajo y voluntad. Por supuesto que mucho talento, pero su talento sin desarrollo no hubiera traído sus obras hasta nosotros.

El conocimiento necesita justificación, y así ha sucedido a lo largo de la historia. La ciencia precisa de alguien que le pregunte por su racionalidad  porque en sí misma no tiene carácter reflexivo. Si despojamos al saber de justificación, disgregamos el conocimiento como sucede en nuestro momento histórico.

Hoy no tenemos que explicar el porqué de una idea, de una teoría, nos basta con el imprescindible, yo opino. Por lo visto todo vale. Todo es relativo, es cuestión de ideas, pero ideas sueltas  sin raíces, sin cimientos, que tienen el mismo valor y no nos importa su procedencia. Por eso pocas de nuestras ideas de hoy sobrevivirán a lejanos siglos.

¿Será posible una redención en este sentido? ¿Volverán a unirse las ciencias y las letras? Sería una revolución de la formación, de la educación y de la humanidad. El nacimiento del hombre digital renacentista. El Renacimiento 3.0

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2 Comments

  1. Diego
    • Ana María