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Formación para toda la vida

Hace algunos años, cuando yo comenzaba a estudiar Filosofía en la Universidad, mi abuelo me regaló un pequeño librito que era la publicación de su Tesis doctoral en Medicina, que además tenía una calificación de Sobresaliente Cum Laude.

Lo más significativo para mí además del orgullo de tener una copia de sus tesis, fue la dedicatoria que escribió en ella, me permito transcribirla literalmente:

 A mi querida nieta Ana:

Con fervientes deseos de que alcance en sus estudios de filosofía las mayores satisfacciones espirituales que el pleno conocer depara.

Con todo cariño. Francisco

 

Recuerdo que entonces la leí muchas veces, y aunque estudiaba la carrera de Filosofía con absoluta convicción y vocación, aún así me pareció bastante utópico llegar a ese grado de “amor por el conocimiento”, yo aún estaba en una etapa en la que pensaba no sólo en disfrutar estudiando filosofía, sino también en poder rentabilizar ese conocimiento (je,je… qué ingenua)

Mi abuelo podía legítimamente escribir esa dedicatoria porque él realmente vivía lo que de verdad es la formación continua, la inquietud por conocer, por aprender, por aportar… Mi abuelo era médico por vocación, tenía dos especialidades, era forense y pediatra, y además doctor en medicina. Una vez jubilado, y con casi setenta años, comenzó a estudiar filosofía. Recuerdo ver cómo traducía a Kant del alemán y las obras clásicas del griego. Guardo muchos de sus libros de filosofía llenos de notas y subrayados. Hablar con él era poder disfrutar siempre de una conversación interesante llena de sentido, de humildad y de valores.

La formación y el aprendizaje «para toda la vida» son necesarios para nuestro desarrollo personal, y no sólo para tratar de rentabilizar el conocimiento. Ésa es la parte comercial de la formación, y no es malo que sea así, mejor eso que nada. Pero ¿por qué no recuperar el deseo de saber y aprender por pura inquietud intelectual, para mejorar como personas y poder mejorar el mundo en que vivimos?.

Se trata de ver la necesidad de formación continua, no sólo para reinventarse, y para adaptarse a los nuevos retos del mercado laboral, sino para disfrutar, para saborear el conocimiento y la suerte que tenemos hoy en día de que el mundo entero esté a golpe de click, a nuestro alcance.

Los antiguos pensadores griegos no entendían el mundo sin pensamiento, sin búsqueda constante del conocimiento, y la verdadera felicidad, la eudaimonía estaba ligada a este encuentro con el conocimiento.

Una vida sin reflexión, no merece la pena ser vivida, decía Sócrates; Sabiduría y reflexión. Hay que saborear el conocimiento, dejar que repose. Esto es muy importante para construir sobre cimientos sólidos, sobre una estructura. Hoy sólo nos preocupa el cambio, la adaptación, corremos hacia el progreso, sin pensar en lo que significa, todo con prisas, un cambio demasiado efímero que ni si quiera llega a ser historia. Hay que procesar la información para poder convertirla en sabiduría, y para que sea de verdad útil.

Uno de los síntomas de las personas con talento es que no buscan tanto la estabilidad laboral, sino que quieren algo más, buscan desarrollo personal y profesional. (Claro, que para eso, también hay que encontrar “Organizaciones con talento” a la altura de las circunstancias, que puedan ofrecer ese desarrollo)

Con talento o no, la formación es indispensable para crecer,… puede que esta idea de la formación por vocación, y como fin en sí misma sea un tanto «optimista», no sólo para los profesionales, sino para los mismos estudiantes que lo que quieren es “aprobar”, nadie estudia para saber, sino para superar pruebas, pasar de curso, y poder ganar dinero. Emilio Lledó señala que uno de los grandes males de nuestra Universidad es el “asignaturismo”, el saber en compartimentos estancos y preparado para ser evaluado.

Supongo que si las Escuelas de Negocios y las Universidades actuales utilizaran como reclamo publicitario algo así como “El MBA con el que más vas a saber, y vas a crecer como persona y profesional”, no tendrían inscripciones. Ante todo hay que rentabilizar la “sabiduría”.

Learnability  es uno de los términos de moda que se refiere a la habilidad para el aprendizaje. Tiene que ver con nuestra actitud y nuestra aptitud para aprender. Esta habilidad por lo visto será una de las skills más demandadas de las generaciones venideras que van a tener perfiles profesionales camaleónicos. Pero ¿por qué hablamos de learnability (habilidad para aprender) y no de filosofía (amor por la sabiduría)? porque hay una gran diferencia entre ellas, y es la motivación. La filosofía tiene como motivación nuestro deseo de conocimiento, nuestra inquietud intelectual y nuestra capacidad para hacernos preguntas. El Learnability viene motivado por la necesidad de reciclaje continuo para poder adaptarnos a los cambios, es una especie de evolución de la forma de aprendizaje para poder sobrevivir. El primero tiene una motivación práctica y la filosofía, lo entiende como inherente al ser humano, una motivación «inútil», pero trascendente. Son la combinación perfecta.

Hoy “invertimos” en conocimiento y éste tiene que ser práctico, es decir, tener ROI. La era de la utilidad de lo inútil no ha llegado aún, tal vez, si se cumplen las predicciones y los robots nos sustituyen en nuestras tareas podremos dedicarnos al conocimiento puro…

El tono irónico sólo pretende poner de relieve que cuando hablamos de formación y aprendizaje, tenemos casi siempre un «para que que busca un fin material y rentabilizador», lo cual es lógico y es inteligente, pero nos falta el sentido de trascendencia. Cuando logremos ese “para” y el Master que hemos hecho nos ha ayudado a conseguir el trabajo que queríamos la formación se vuelve más bien discontinua.

 

Puedo afirmar que hoy comprendo mucho mejor las palabras de la dedicatoria de mi abuelo, y por eso las comparto y comparto esta reflexión, ¿será que es posible disfrutar de las satisfacciones espirituales que el pleno conocimiento depara?

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